23.3.08

27/12/2003

Para Natalio Botana (La Nación de hoy) uno de los mayores problemas de estos últimos veinte años de Democracia argentina es la falta de representatividad, que se puso de manifiesto en el famoso grito callejero de diciembre del 2001 "Que se vayan todos".
Creo que el problema no es que no podemos encontrar a quien nos represente sino que no sabemos lo que queremos. Somos ignorantes de la democracia. Somos analfabetos de la república. Somos discapacitados de la política.
Veníamos de veinte años en los que hubo un gobierno de minorías, uno filomarxista, el del Perón anciano, el de la heredera y su brujo, todos salpicados por golpes militares. Una pésima escuela cívica.
En el 83 se nos dijo "con la democracia se come, se educa y se cura". Pensamos que solamente era cuestión de pedir y se nos iba a alimentar. No nos dimos cuenta que no querían educarnos sino adoctrinarnos. El gobierno ganó las elecciones prometiendo a las madres que sus hijos no harían nunca más la colimba y prometiendo a los padres que levantaría las persianas de las fábricas y habría trabajo para todos. No cumplió ninguna de sus dos promesas y no terminó su mandato.
En el 89 se nos dijo "Síganme, que no los voy a defraudar", y así votamos a ciegas. Sin saber qué había detrás de esa promesa mágica. Y recién después del cuarto ministro de economía logramos contener el flagelo de la hiperinflación. Hubo un interesante programa de reformas que nos permitió crecer considerablemente, pero en lo profundo faltaban decisiones de reforma fundamentales.
En el 95 renovamos la confianza. Más por el temor al cambio que por convicción. La alternativa no generó suficientes adhesiones. Los éxitos no se repitieron y el descontento erosionó el apoyo popular. Los problemas de fondo no se enfrentaron.
En el 99 ya no tuvimos opción de continuidad sino dos nuevas alternativas, y optamos por la que ofrecía el cambio menos radical. Una continuidad tibia, rencillas en la coalición y una enorme debilidad frente a la poderosa oposición bonaerense hicieron eclosión con una increíble violación a los derechos de propiedad. Lo peor es que seguimos negando la existencia de los problemas de fondo.
De ahí en adelante nada fue normal. Ni siquiera la manera en que llegó al poder el actual presidente, quien goza de un extraño grado de popularidad debido a que las masas decidieron seguirlo, con la fe que no los va a defraudar, ya que tozudamente se niega a mostrar sus cartas y no sabemos si cuenta con un as en la manga o simplemente sigue "orejeando" para decidir mano a mano según el juego que le tocó.
Los problemas de fondo no se atacan porque estamos convencidos que no son problemas. Nos aferramos a nuestras instituciones anti-progreso con un capricho infantil, hasta estamos orgullosos de ellas, y nuestros líderes, expertos en encuestocracia, son incapaces de encabezar un cambio de actitud en sus gobernados.
Políticos, medios e intelectuales siguen convencidos que sus recetas inviables, que fracasaron en todos los rincones del mundo en los que se aplicaron, sí funcionarán en Argentina. Sigue el adoctrinamiento. El pueblo cree. No piensa. Y no aprende.

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