28.5.08

El elogio de la viveza

Por Raúl Urtizberea Para LA NACION

MIAMI
La viveza en la Argentina ha tomado características tan particulares que impiden una definición universal. O al menos yo me declaro incompetente para formularla. No obstante, el momento parece propicio para un intento de caracterizar este karma que nos destruye.

Comenzaré con la temeraria afirmación de que en una competencia entre un vivo y un inteligente, corrida en pista argentina, el vivo gana por varios cuerpos de ventaja. Este récord no figura en ninguna parte, pero apuesto a que pocos se atreverían a discutirlo.

El diccionario trae numerosas acepciones de la palabra viveza , de las cuales sólo tres pueden ser rescatadas para nuestra viveza vernácula: "acción desconsiderada", "prontitud en las acciones" y "palabra irreflexiva". En el mejor de los casos, la viveza puede ser un subproducto o un estadio inferior de la inteligencia que ha logrado en nuestro país ocupar el lugar que antes estaba reservado sólo a la inteligencia. Un éxito rotundo al precio de una catástrofe.

Es frecuente en el argentino confundir la viveza de su semejante con la inteligencia, lo cual termina por complicar las cosas. Hasta que llegaron los cacerolazos, que llamaron a la reflexión, el vivo despertaba una admiración confesada o subyacente.

El argentino, acompañado de un sensible sentido del ridículo, revela que su temor más profundo es el ser o parecer un tonto, pierde su estima si se siente por debajo del estándar de viveza que el medio parece reclamarle y alcanza la cumbre de su enojo cuando cree que se lo está tomando por tonto. Tal vez ponga en descubierto este temor el hecho de que nuestro insulto nacional y popular es el de b ... El término indica, al menos en su origen, la falta, ausencia, carencia o déficit de viveza. La expresión ha llegado a caracterizarnos de tal manera que aquí, en Miami algunos profesores de la high school se dirigen a los alumnos argentinos con un "che, b...".

Ingenuamente, estos profesores desconocen el origen agraviante de esta expresión, que les suena divertida, y están disculpados de su ignorancia por no existir la posibilidad de una traducción literal de esos términos. Es más, la expresión no se conoce en otra parte del mundo hispano. Pero dejemos la exégesis de esta expresión para mejor momento y simplemente rescatemos su vínculo directo con la viveza.

Cuando nos referimos a nuestra viveza, en general la mencionamos como "viveza criolla", tomando la palabra criolla como "de hijos americanos de padres europeos". No podemos desechar alguna herencia de la picaresca española ni de ancestros italianos que supieron ser caracterizados en el cine por actores como Alberto Sordi, Vittorio De Sica o Vittorio Gassmann, aunque en estos casos sus personajes se emparentaban más con nuestro "chanta".

El chanta, víctima de un narcisismo exhibicionista, sobreactúa su viveza para complacer a las exigencias del mercado, pero lo hace en un contexto de extrema competitividad que pone en evidencia su representación: es un vivo trucho. En cambio, el vivo verdadero, auténtico, legítimo cultiva el arte del ocultamiento, la habilidad para mimetizarse, y cuenta con el poder de una astucia agudizada por el ejercicio cotidiano (la función hace al órgano).

Saber esperar

El vivo hace de su viveza un oficio y un estilo de vida. En el colegio, zafa; en el trabajo, empuja sin hacer fuerza, y es un baqueano en los caminos que lo llevarán a encumbrarse sin ninguna exigencia de idoneidad. Es rápido para la réplica y hábil para yuxtaponer frases que parecen discursos y que muchas veces no dicen nada. Recuerdo a un punguista descubierto en plena faena, al que su víctima increpó diciéndole: "¿Qué me estás sacando?" Y el punga, lejos de amilanarse, replicó: "¿Vos sabés si te estoy sacando o te estoy poniendo?" El desconcierto que produjo le concedió los segundos que necesitaba para arrojarse del colectivo. El vivo, en general, no es un punguista en el sentido tradicional, pero cuenta con la astucia de confundirnos y saber esperar hasta que le entreguemos "voluntariamente" la billetera.

Inspirado por su resistencia al trabajo, el vivo es el "candidato natural" al cargo público, donde encuentra un feudo defendido por las fuerzas ocultas de la mediocridad que lo pone a salvo de las asechanzas de la inteligencia. Esta sociedad de socorros mutuos practica una feroz capacidad de intriga que aniquila en forma ya preventiva el ingreso de cualquier intruso.

Cuenta con la seguridad del jugador con ventaja frente a una inteligencia que mantiene limitaciones agobiantes como la que le permite al inteligente diferenciar el bien del mal , distinción que jamás ha perturbado al vivo. La inteligencia permite recordar los límites que marca la ley, mientras que el vivo trabaja en el borde de la línea o dentro del delito, si es que un sesgo de la ley se lo permite. De ahí que, cuando propone un negocio, acuda con frecuencia a la frase tranquilizadora: "Todo legal, todo legal". El único riesgo que corre el vivo es cuando cede a la tentación y deja fuera del negocio a uno de sus pares (ver escándalo del Senado), lo que se conoce como "pasarse de vivo", sobredosis más frecuente de lo que la sensatez aconseja.

Al respecto, recuerdo a un amigo, abogado penalista, que necesitaba el testimonio de un capo de mafia para defender a su cliente. Esto lo llevó a viajar al Sur de Italia, donde pudo entrevistar a un apacible y tierno señor. Como la situación era irrepetible, no titubeó en calmar su curiosidad. Cuando le preguntó porqué la mafia no tenía una filial en la Argentina, el mafioso, con un gesto amable como para amortiguar su sinceridad, contestó: "No, con los argentinos no. Son poco serios". En una palabra, no somos confiables ni para el Fondo Monetario Internacional ni para la mafia.

El ejemplo más reciente fue el frustrado intento de lograr una reforma política en serio, intento que sólo sirvió para ratificar que la inteligencia propone y la viveza dispone.

Sería deseable que alguno de los próximos candidatos abandonase la costumbre de redactar planes de gobierno -costumbre con la que demuestran ser especialistas en generalidades- y en su reemplazo levantasen la bandera de lo obvio: reunir a una parte de nuestra inteligencia convocando a sabios, científicos, técnicos, inventores e investigadores para anunciarles que el país ingresará en el capitalismo moderno, que, como todos saben, está sustentado en el conocimiento, la investigación y la creatividad. Garantizarles que el que haga lo que debe no terminará debiendo lo que hace y prometerles que desde ese momento dejarán de ser tratados como una célula dormida.

No se me escapa que esta propuesta lleva implícito un interrogante para el que no encuentro respuesta: si le abrimos las puertas a la inteligencia, ¿qué hacemos con la viveza?

El autor es periodista.

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